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"Yo quiero ser yo" clamaba el jovencito Alfredo "Freddie" García. Creció en un barrio México-americano de San Antonio, Texas, resentido de los que compartían su herencia étnica y cultural. Freddie buscó su identidad en la ira y la rebelión, y cayendo en el vicio de las drogas, mantenía su vicio a la heroína con el crimen. Llegó a vivir en las calles con su compañera Ninfa. Abandonaron su hijo primogénito, abortaron al segundo y al tercero lo traían con ellos en sus robos y actividades relacionadas con las drogas. Por fin, enfermo y desesperado, Freddie y Ninfa se casaron y encontraron con la verdadera identidad en una relación con el Dios viviente. Freddie descubrió que ni la raza, ni la cultura, ni el idioma, ni la clase social son los que causan división, discordia y miseria, sino el pecado y la rebelión. Jesucristo no quita las diferencias étnicas y culturales, sino que las reconcilia. Freddie y Ninfa están agradecidos, primero por ser cristianos, y luego, por ser México-americanos que aprecian la identidad bilingüe y bicultural que Dios les ha dado. Iniciaron su ministerio abriendo su hogar -y después una iglesia- a los adictos y a todos los necesitados de reconciliación y rehabilitación. Sus métodos para hacer discípulos son bíblicos y radicales, como también lo son sus enseñanzas sobre la familia, educación, disciplina, iglesia y comunidad. Él y sus discípulos son una verdadera fuerza que combate La drogadicción, el crimen, la rebelión y los pleitos en las calles y en los barrios, las escuelas y las prisiones. El ejemplo de Freddie es contagioso -y los discípulos de éstos- han establecido cuarenta iglesias y otro tanto de hogares para rehabilitar a los drogadictos. Y el número sigue multiplicándose.